La lucha izquierda-derecha existe y es la derecha la que está ganando

Cuando veo las declaraciones de personas como Jiménez Losantos, las detenciones por actos de expresión o manifestación contrarios a las políticas del gobierno, las violaciones de derechos en los CIEs… me dan ganas de decirles a los que defienden que el eje izquierda-derecha ya no sirve, que hagan el favor de explicárselo a las élites y sus voceros, porque estos se están empeñando en ser de derechas, por no decir ya fascistas.

Me recuerda a cuando George Soros nos tuvo que abrir los ojos y decirnos que claro que había lucha de clases, y la suya iba ganando. Pues igual, por supuesto que la derecha es de derechas, por mucho que la izquierda se empeñe en que ya no hace falta ser de izquierdas (evidentemente, tenemos notables excepciones con grandes maestros como Boaventura de Sousa Santos que en sus últimos libros están haciéndonos reflexionar sobre la necesidad de la izquierda).

La derecha implica, en última instancia, la creencia en la necesidad del liderazgo o simple superioridad de una minoría (que puede ser determinada de muchas formas). Para que este liderazgo sea efectivo, estas personas tienen que tener privilegios y poderes especiales que les permitan dirigir a los demás y que les beneficie por ella. El trabajo de guía y dirección o de poder se considera más importante, y esta posición de superioridad se refleja en discriminaciones o privliegios económicos, políticos y jurídicos, los que sean necesario. Supone que la mayoría tenga que estar como objeto o herramientas, súbditos o seguidores, con derechos condicionados, limitados o sin derechos.

La táctica para construir un mundo de derechas es la que explicó Huntington en el Informe sobre la Gobernabilidad de las Democracias. Huntington dijo que con las revoluciones obreras, feministas, anticoloniales, por los derechos civiles, etcétera, se habían construido unos derechos de las mayorías, que limitaban el poder de las élites y les impedían cumplir con su función de dirigir a la gente.
Así que defendía que esos derechos se tenían que limitar o condicionar y las decisiones democráticas también debían ser limitadas, de forma que no pudieran afectar a la capacidad de dirección de las élites.
Huntington también señaló que la fórmula estaba en cambiar el sentido común de la gente, de forma que había que cambiar lo que consideraban legítimo respecto a estos derechos, a las decisiones democráticas, a su obediencia y a la autoridad y poder de las élites.
Por supuesto, como decía Huntington, no se puede esperar que aquellas personas que deben ocupar una posición inferior, sepan ver o acepten voluntariamente su situación, por lo que debe imponerse el orden social correcto por encima de sus voluntades y reivindicaciones, debe utilizarse la propaganda, la afiliación identitaria al poder, el miedo si hace falta para unir, valores de autoridad obediencia, incluso un gobierno fuerte… Además explico que era necesario ir haciendo victorias parciales estratégicas porque el activismo político que consigue victorias parciales refuerza tanto para los activistas como para el Resto los valores y principios que están defendiendo mientras que las derrotas políticas parciales al mismo tiempo van debilitando en la sociedad y en los propios activistas la creencia en la ideología que sufre estas derrotas.

Esto es lo que estamos viviendo, una política de desigualdad, de derechas. Una política de destrucción de los derechos de las mayorías o de su reconocimiento condicionado (como el aumento de salario condicionado a los beneficios capitalistas, la negación del derecho a jubilación). Esta limitación de derechos construye como consecuencia los privilegios de las élites. Las políticas de desigualdad (para nada de austeridad) funcionan como auténticos mecanismos keynesianos “al revés”, es decir, para redistribuir los recursos de los pobres a los ricos, para su rescate, para garantizar su capacidad de liderazgo de la economía y la sociedad.

La lucha se centra por tanto, en la destrucción de derechos y la construcción de privilegios. Y para ello, se produce una construcción de subjetividad, que es la auténtica forma de construir el sentido común. Se realizan auténticas campañas de desprecio y/o desprestigio de las minorías a las que hay que robar, y de elogio a las mayorías. Empezaron con los inmigrantes, con los chavs, con las feministas, con los sindicatos, etc.
La clave de una campaña de construcción de subjetividad es que cambia lo que consideramos legítimo, lo que consideramos que vale cada grupo y lo que vale lo que aporta, y así los derechos que les corresponden legítimamente.

Por ejemplo, para que se acepte el rescate a los poderes financieros, se presentan como los que dan trabajo, los que traen el progreso, los que producen tecnología e inversión, y nos dicen que el trabajo depende de la inversión (no del consumo).
De la misma forma, para que aceptemos la falta de derechos a los inmigrantes, se les pone como personas que no aportan nada, que solo son un coste y que incluso son un problema de integración, como un ataque a nuestra cultura y valores.

Los derechos se reconocen en el proceso de justicia, pero lo que no queremos entender es que dicho proceso depende de cómo nos vemos y nos valoramos unas personas a otras y a nosotras mismas, lo que es una construcción cultural y conflictiva. El proceso de justicia no es de estudio, ni de consenso, sino de conflicto. Como dijo Foucault, el principal acto del poder es crear subjetividad.

La lucha de la izquierda es la creación de lo que Marx llamó “conciencia de clase”, que hoy día ya no debería ser solo de clase obrera, porque creo que es imprescindible que todas las clases se impliquen en la superación de las sociedades de clase y desigualdad. Ahora necesitamos una construcción de esa conciencia de izquierda, conciencia desde abajo, como quieran llamarla

Debemos reconocer el conflicto que existe, que siempre existe, de derechas, por la desigualdad, y reconocer que debemos luchar contra eso, luchar contra que sigan construyendo nuestras identidades cada día como más discriminatorias, más favorables al poder, con menos valoración a los de abajo, con más miedo, con más adscripción al nacionalismo, con menos empatía hacia los excluido, con menos apertura hacia lo diverso y menos oído a quienes reivindican derechos mínimos para poder vivir, con mayor adscripción a los valores de obediencia y autoritarismo, de mercancía y egoísmo. Cada día menos favorables a los derechos y a la democracia, cada día más dispuestos a aceptar un mundo en el que todo sea mercancía y gobierno autoritario-tecnocrático.

La conciencia que hay que construir es la que reconoce a todas las personas como sujetos plenos de sus vidas, desde sus modos y culturas, desde su ser diverso, su hacer y sus opciones personales (ideológicas, religiosas, culturales, sexuales…). Se trata de denunciar la falsedad de la ideología que están creando. Pero no solo denunciarla por “falsa”, sino denunciarla por ser de derechas, es decir, una política de desigualdad, para considerarse superiores y que veamos a los demás como inferiores y les neguemos derechos. Como explica Zizek en El Sublime Objeto de la Ideología, solo así podemos desarticular el poder de la ideología de derechas, denunciando que su utilidad es para poder ver el mundo de una forma interesada, y ver como justo un orden de desigualdad.

Reivindicar nuestro valor, de lo que somos y lo que hacemos, negar el valor superior de la dirección de las élites, reconocer el valor del trabajo (sobretodo el reproductivo), del hacer diverso y cultural, del ser diverso y cultural; reivindicarnos como sujetos de nuestras vidas y nuestros sistemas, sin aceptar excepciones a la democracia, reivindicar el valor del poder del pueblo y la necesidad de su dirección; reconocer nuestros derechos, y no aceptarlos como condicionados (el pacto por el aumento de salario que hace depender los salarios como condicionados a los beneficios del capital es una gran derrota).

La opción populista que interpreta que hay que volver a defender el papel del liderazgo hasta tal punto que puede menoscabar la calidad democrática, pudo haber sido útil en otros momentos y lugares, pero no ahora, no en nuestro conflicto concreto.

Todo esto solo se puede hacer reivindicándonos, en un conflicto de construcción de subjetividad que es de derechas o de izquierdas. Esto es lo que hay.
La movilización es increíblemente importante, porque una manifestación es exactamente eso: salir al espacio público (donde los de derechas cuentan hoy día con todos los púlpitos -políticos, mediáticos y buena parte de los sociales-), y reivindicarnos contra todas las campañas de desprestigio y privilegio de una minoría.

No será Podemos, ni IU, ni ningún partido, el que pueda lograr este cambio; aunque puedan aportar mucho por la visibilización y las victorias estratégicas como las remunipalizaciones.
Como explicó Huntington, el cambio debe ser en lo que la gente considera legítimo. La lucha es por tanto, por reivindicarnos. Y esto lo hacen los movimientos. Esto lo hace la calle.

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